Por: Dianelis Remedios Seguí (3er año de Periodismo)
Comprender la maternidad y la paternidad en igualdad de derechos y responsabilidades, requiere un profundo análisis y contextualización en procesos culturales, en estrecho margen con la reproducción biológica y social, y los significados atribuidos. En sí mismos, son roles de géneros asignados y asumidos por las personas a lo largo de su vida.
En Cuba existe el mito de la maternidad, el cual es, al decir del doctor en ciencias Ramón Rivero Pino, “una creencia socialmente compartida y legitimada desde hace siglos, que atribuye a la mujer y solo a esta la capacidad necesaria para ocuparse de la crianza y educación de su descendencia.”
El mito alaba y fortalece la capacidad femenina en el ejercicio de la maternidad, sin dar oportunidad a los hombres a demostrar su capacidad de amar, orientar, acompañar y proteger a sus hijos. Esta situación, extendida entre las mujeres, priva al mismo tiempo a los hombres de disfrutar de sus derechos de padre como priva a la mujer de desarrollarse en la esfera pública y las remite al entorno doméstico.
Como somos resultados de nuestros vínculos culturales y sociales, estos condicionamientos han contribuido a confiar en la validez de este mito y la sociedad lo replica en expresiones como: “en la vida real, son las mujeres las que mejor lo hacen” o “son ellas las que más se ocupan, las que saben cómo hacerlo”, y le da a las madres el rol protagónico en el espacio doméstico y familiar, mientras a los hombres se les atribuye el liderazgo en el espacio público.
Esta construcción cultural de las masculinidades sobre la base patriarcal en el que el hombre exhibe sus maniobras de poder sobre la vida de la mujer y otros hombres, en aras de obediencia y subordinación. En ese rol frío y al reprimir constantemente su afectividad, se distancia de la ternura y la intimidad en relación con sus hijos/as.
Con motivo de dar un giro a esta situación, Rivero Pino propone tres direcciones principales. La primera se vincula con informar a las personas, orientarlas, posibilitarles desarrollar una visión crítica, una conciencia sobre aspectos de la vida que, si no se tienen claros, pueden hacernos perder el rumbo.
La segunda incentiva se concentra en la participación de hombres y mujeres en el proceso de transformación de esos roles propios de una sociedad machista y heteronormativa: Influir participando, haciendo; aprendiendo y desaprendiendo si es preciso.
Fomentar proyectos de vida diferentes, es la tercera de estas recomendaciones. Es muy difícil conseguir todo esto si las personas no gestionan nuevos estilos de vida con objetivos y acciones concretas que den respuesta a dichos propósitos.
La efectividad de esta transformación hacia nuevos modelos de paternidad y maternidad más abiertos, democráticos, flexibles y responsables, la fusión de estos tres elementos será imprescindible.
El activismo por parte de los hombres es muy importante, deben ser conscientes y participativos, estar involucrados por igual, caminar hacia el mismo destino. Este asunto involucra a todo el mundo.
Cuando comprendamos esto seremos mejores madres y padres y, por qué no, también mejores seres humanos.