Olhe para mim de novo (Brasil, 2012) de Claudia Priscilla, Kiko Goiffman, se proyecta como un road movie dentro del árido mas apasionante nordeste en el gigante sureño. Sylvio Luccio fue una mujer lesbiana transexualizada en hombre que narra sus vivencias en pleno proceso de transición genérica; con una construcción morfológica esmerada, un crescendo dramático que emula el de los filmes de ficción desde un libreto enriquecedor y sustancioso, el personaje nos invita a una panorámica donde aparecen prejuicios sociales, de origen patriarcal y religioso-fundamentalista, este último abrazado por su familia, la cual es también otro poderoso obstáculo en su realización personal.En su periplo, la ex mujer que nunca fue, aborda con la complicidad de los directores, aspectos fundamentales de ese viaje que es también, y sobre todo, hacia sí mismo, hacia su realización personal y social. Sylvio, persona inteligente y sensible, protagoniza un testimonio revelador, aleccionador y contundente, que no por su rotunda seriedad renuncia a un sano humorismo, típico de los brasileños (tan semejantes en eso y en otros tantos aspectos a nosotros los cubanos).
Aparece el tema de la maternidad, que en ella/él significó más bien el pago de una deuda a su vez con los padres , avergonzados por la verdadera identidad del fruto de su unión; resulta entonces que es la hija, según manifiesta sin ambages ante la cámara, quien no acepta a quien le dio la vida en su nueva y definitiva identidad; Lucio lo que entonces desea, aquí y ahora, por supuesto, es la paternidad, la cual tramita junto a su compañera y los especialistas que lo atienden.
Como decíamos, se puede apreciar el daño que hacen los grupos fundamentalistas, en su errada interpretación de los evangelios; de una doctrina inclusiva y amorosa como fue la de Jesucristo, estos líderes religiosos se dan el lujo de privar de las bendiciones divinas a quienes se apartan del modelo heteronormativo; el protagonista de Olhe para mim… tendría que renunciar a su lucha y su búsqueda para ser aceptados por ellos, miembros de un grupo al que pertenece su familia; por supuesto que él lo rechaza: no anhela ese tipo de misericordia condicionada, de piedad impía, y por tanto, falsa.
A la vez el trayecto incluye su reunión con otros discriminados en el Nordeste, ese otro norte agreste y brutal: gay, travestis o discapacitados, donde el personaje ve reflejos de su propia otredad, otras caras de su exclusión y sufrimiento. Entre todos se arma un retrato apasionante, que no es solo de un trans, de una identidad en proceso de (re)construcción sino de una región, de un país, de un estado de cosas. La fotografía de Pedro Marques absorbe y trasmite la hermosura brutal de la zona: sus contrastes cromáticos, su aridez salvajemente bella, lo cual se antoja una metáfora del caso humano al que nos enfrentamos; la edición (del mismo artista) se ha esmerado en el ritmo y la dramaturgia.
Filme audaz en forma y contenido, sensible sin aterrizar en cursilerías, profundamente humano e inclusivo, es un grito de alerta hacia el respeto de las otredades y contra todas las fobias.