Gotas de agua sobre piedras calientes, Carlos Díaz y Teatro El Público, en la sala Adolfo Llauradó cada martes, miércoles y jueves, a las 6:00 p.m.¡Cómo me asusta Rainer Werner Fassbinder! Temo ver la violencia de género, la homofobia, que denuncia; las muertes brutales que planea; esos personajes tan cercanos a mi realidad, que me parece, según como tenga el estado de ánimo, ser parte de sus representaciones o que lo vivido se me muestra, bien contado, otra vez y otra vez.
Gotas de agua sobre piedras calientes, visitada por Carlos Díaz y su Teatro El Público, no ha sido la excepción en mi acercamiento a la obra del dramaturgo y cineasta alemán.
Aunque no llegué a la salita Llauradó, como otras personas, con la imagen de la adaptación cinematográfica del francés François Ozon, estaba tensa y con esta carga de juicios previos —que no prejuicios.
Para Fassbinder, era la Alemania de 1970. Para mí, La Habana de hoy, la de siempre, la de Carlos Díaz: el joven Franz (Héctor Medina) va en busca de su novia Anna (Clara González) cuando es cazado por Leopold (Héctor Noas), un hombre cincuentón de negocios. Así comienza la sátira fassbinderiana.
Franz, primero, y Anna, después, ceden ante el embrujo-dominio de Leopold. Se suma Vera (Ysmercy Salomón), que años antes accedió a la cirugía de adecuación genital, no por ser una mujer transexual, sino para poder mantener su relación con Leopold. Vera confiesa: “soy su creación… Solo me operé por él, para que volviera a desearme”. Luego la hizo prostituirse, se cansó y se deshizo de ella. Ahora regresa, vieja y sometida.
Con tintes de comedia negra, lo que parece ridículo e hiperbólico en Gotas…, es tan real. Leopold es un hombre violento. Una violencia que Carlos explota finamente, aunque de manera bien explícita, también cuando manipula y maltrata a Franz, y es tanta, que si no supiéramos de masculinidades hegemónicas, roles de género estereotipadísimos, vulnerabilidades de toda índole, nos costaría entender por qué Franz se queda a su lado, por qué su final es tan trágico, por qué Vera cambia sus genitales, por qué Anna sucumbe…
El amor, visto como propiedad, padres ausentes y madres que se desentienden de sus hijos por homofobia, la salida del closet, la bisexualidad, el intercambio de parejas, el se vale todo entre cuatro paredes…, Carlos lo aprovechó, como solo saben hacer los maestros. Y jugó con la posmodernidad (hasta un guiño a Verde Verde, la película de Enrique Pineda Barnet), con el sexo coreografiado, la desnudez y convirtió en arte el manido discurso del uso del condón, de una manera que me recordó viejos comerciales de productos del hogar (Por supuesto, no de condones).