Paul es un estudiante de último curso a punto de comenzar en una “grande école” que prepara a los futuros “amos de la sociedad”. Ha elegido vivir con dos nuevos compañeros de habitación, en lugar de hacerlo con su novia Agnès, y como resultado comienza a tener poco tiempo para verla.
Ella comienza a observar problemas en la relación de ambos, cuando sospecha que Paul se siente atraído hacia su nuevo compañero de habitación, el aristócrata Louis-Arnault. Paul miente negando cualquier atracción homosexual, lo que impulsa a que Agnès haga una apuesta con él…
El cineasta Robert Salis adaptó la obra teatral de Jean-Marie Besset en una cinta que no solo aborda lo confuso de la orientación sexual, sino las barreras del clasismo, decidiendo fusionar ambas temáticas para analizar la aceptación propia definitiva.
En una entrevista declaró que parte de su inspiración procedía de la película Maurice (James Ivory) —como se recordará, programada hace unos meses en el Cine Club— que también examinaba los conflictos procedentes de las diferencias de clase, uniéndolos a lo ilegal de la homosexualidad, en la época narrada (la Inglaterra victoriana).
La crítica se mostró dividida a la hora de elogiar o criticar el filme, pero no pudo menos que señalar más de un mérito; a juicio de quien escribe, Grande école en efecto, insiste en que el complejo tema de la orientación sexual, la famosa “salida del armario” y la definitiva aceptación de la identidad erótica no solo pasan por condicionamientos sicológicos sino también —y de qué manera— sociales; a mí, por ejemplo, me resultó más atractivo que el núcleo dramático central (con el triángulo amoroso entre los dos jóvenes y la chica) la subtrama donde se refleja el romance de Paul con Mencir (un muchacho árabe que estudia en otra escuela) y que enseña a aquel mucho de la vida, incluida la sexualidad. Aquí hay una interesante focalización de las barreras étnico-clasistas que mediatizan con frecuencia las relaciones homoeróticas, y de todo signo.
Pero Grande école se resiente en más de un momento por diálogos excesivos y redundantes, a veces demasiado pedantes en el intento del director por complejizar el guión y dotarlo de una densidad existencial y sociológica innecesarias, pues los problemas abordados lo eran per se; de cualquier manera asistimos a un cuadro vigoroso en cuanto a personalidades y vericuetos de la sexualidad que, evidentemente, no se resuelven ni se aprende respecto a ellos en otra escuela que no sea la propia vida.
Por demás, una banda sonora sugestiva, una edición que pudo ser más perfilada pero de todos modos suficientemente eficaz, y notables actuaciones —Gregori Baquet (Paul), Alice Taglioni (Agnès), Jocelyn Quivrin (Louis-Arnault), Élodie Navarre (Emeline), Arthur Jugnot (Chouquet), Salim Kechiouche (Mécir)…— nos mantienen suficientemente interesados durante los 110 minutos que duran las clases de esta Gran escuela, donde, en realidad, más de una provechosa lección nos llevaremos a casa.