La tríada sentimental que se establece entre los protagonistas del filme italiano Riparo (2007), de Marco Simón Puccioni, dista mucho de la que tiende a trazar el conflicto en la mayoría de los dramas y comedias.
Al regreso de vacaciones de Noráfrica, Anna y Mara, una pareja de mujeres, descubre en el maletero del auto a Anis, un joven magrebí. Conmovida una, recelosa la otra, terminan instalándolo en el apartamento donde viven en Roma…
Desde su inexperiencia y postura heteronormativa, él no entiende la relación entre las muchachas y les aconseja unirse a un hombre; pero las jugadas del tablero irán cambiando, y la en un inicio ríspida Mara, va confraternizando con el chico —que ha entrado a trabajar en la fábrica familiar—, al punto de poner en peligro su relación con Anna.
No se trata simplemente de un hombre cruzándose entre dos mujeres, o mejor, es eso mismo; pero un hombre más joven que ambas, “tercermundista”, emigrante, africano… entre dos mujeres de la culta Europa, con vidas estables y sin aparentes conflictos. Claro que, a medida que las capas del filme, como en una cebolla, van cayendo, nos enteramos de cuánto esconden y encubren las apariencias.
La pareja femenina, aunque sólida, no carece de fuertes barreras que la afectan, ante todo, las de clase. Anna es consultora financiera e hija de la gerente. Mara es una simple obrera que no es despedida, por la intervención de Anna ante su homofóbica y tiránica madre.
También sabremos del drama familiar de Mara, con un padre enfermo terminal, ingresado en un hospital en las afueras de Roma; así como del doble fondo que esconden los sentimientos: el cambio radical de la caritativa Anna, cuando ve afectados sus intereses íntimos; el vacío de Mara, que, pese al cariño profesado por su pareja, se siente sola y desprotegida; la actitud inmadura de Anis, que lo hace proyectarse con ambigüedad entre la ingratitud y el machismo.
El gran mérito de Puccioni es haber construido un relato en el que se descartan los colores planos y enteros. Hay muchos matices y contradicciones entre sus personajes, que no son ni buenos ni malos, sino seres humanos que, además —o sobre todo—, responden a condicionamientos clasistas, sociales y económicos.
Puccioni no establece férreas posiciones eróticas (Podemos comportarnos en ciertas circunstancias más allá de aquellas).
Eficaz montaje, notable puesta y brillantes actuaciones (la célebre portuguesa María Medeiros, Antonia Liskova, Mounir Ouadi…), nos conducen esmeradamente a un abierto desenlace que nos recuerda cómo casi nunca una historia individual, por muy intensa y profunda que sea, puede cambiar la otra Historia, esa que se escribe con mayúscula , pero sobre todo, con dolor y con sangre.